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6.2.16

Posición al orar

La Posición en la Oración Según las Circunstancias

No hay necesidad de arrodillarse siempre 

Debemos orar constantemente, con una mente humilde y con un espíritu manso y dócil. No necesitamos esperar hasta tener la oportunidad de arrodillarnos delante de Dios. Podemos orar al Señor y hablar con él dondequiera que estemos (Carta 342, 1906). (Nota: *El pastor D. E. Robinson, uno de los secretarios de Elena de White desde 1902 hasta 1915, informó: "He estado presente repetidamente en congresos campestres y en congresos de la Asociación General, en que la Hna. White misma ofreció una oración en favor de la congregación mientras todos, inclusive ella misma, quedaban de pie" (D. E. Robinson, carta del 4 de marzo de 1934).) 

No hay tiempo ni lugar en que sea impropio orar a Dios... En medio de las multitudes de las calles, en medio de una sesión de nuestros negocios, podemos elevar a Dios una oración e implorar su dirección divina, como lo hizo Nehemías cuando presentó una petición delante del rey Artajerjes (El camino a Cristo, p. 99). 

Podemos hablar con Jesús mientras andamos por el camino, y él dice: Estoy a tu diestra. Podemos comulgar con Dios en nuestros corazones; podemos andar en compañerismo con Cristo. Mientras atendemos a nuestro trabajo diario, podemos exhalar el deseo de nuestro corazón, sin que lo oiga oído humano alguno; pero aquella palabra no puede perderse en el silencio ni puede caer en el olvido. Nada puede ahogar el deseo del alma. Se eleva por encima del trajín de la calle, por encima del ruido de la maquinaria. Es a Dios a quien hablamos, y él oye nuestra oración (Obreros evangélicos, p. 271). 

No siempre es necesario arrodillarse para orar. Cultivad la costumbre de conversar con el Salvador cuando estéis solos, cuando andéis o estéis ocupados en vuestro trabajo cotidiano (El ministerio de curación, p. 408). 

El Espíritu del Señor descansó sobre mí, y se reveló en palabras que me fueron dadas. Pedí a los presentes que sentían el llamado del Espíritu de Dios, y a los que estaban dispuestos a comprometerse a vivir la verdad, a enseñarla a los demás y a trabajar por su salvación, que lo manifestaran poniéndose de pie. Me sorprendí al ver a toda la congregación ponerse de pie. Entonces pedí a todos que se arrodillaran, y elevé mi petición al cielo por ese pueblo. Estaba profundamente impresionada por esta experiencia. Sentía intensamente la obra del Espíritu de Dios sobre mí, y sé que el Señor me dio un mensaje especial para su pueblo en esa ocasión (The Review and Herald, 11 de marzo de 1909). 

Invité que pasaran adelante todos los que deseaban las oraciones de los siervos de Dios. Procuré diligentemente que aprovecharan la oportunidad todos los que habían sido apóstatas y querían volver al Señor. Se llenaron rápidamente varios asientos y toda la congregación se puso en movimiento. Les dijimos que lo mejor era que quedaran en sus asientos y que buscaríamos juntos al Señor confesando nuestros pecados, y que él ha prometido: "Si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad" "(1 Juan 1:9) (Diario, 20 de febrero de 1887 [1MS 170-171]). 

Invité a que se pusieran de pie todos los que querían entregarse a Dios en un pacto sagrado para servirle de todo corazón. El local estaba lleno y casi todos se levantaron. Había presente un buen número de oyentes que no pertenecía a nuestra fe y se levantaron algunos de ellos. Los presenté al Señor con ferviente oración, y supimos que contamos con la manifestación del Espíritu de Dios. Sentimos que realmente se había ganado una victoria (Manuscrito 30a, 1896 [1MS 173-174]). 

Al terminar mi discurso me sentí impresionada por el Espíritu de Dios al extender una invitación a que pasaran al frente todos los que deseaban entregarse plenamente al Señor. Los que sentían la necesidad de las oraciones de los siervos de Dios fueron invitados a manifestarlo. Pasaron al frente unos treinta... Había vacilado al principio, preguntándome si era lo mejor proceder así, puesto que, hasta donde yo podía ver, mi hijo y yo éramos los únicos que podían ser de ayuda en aquella ocasión. Pero, como si alguien me hubiera hablado, pasó el pensamiento por mi mente: "¿No pueden confiar en el Señor?" Dije: "Lo haré, Señor". Aunque mi hijo quedó muy sorprendido de que yo hiciera una invitación tal en esa ocasión, se puso a tono con la emergencia. Nunca lo oí hablar con mayor poder o sentimiento más profundo que en aquella oportunidad... Nos arrodillamos en oración. Mi hijo dirigió la oración, y seguramente el Señor le dictó su petición, pues parecía orar como si estuviera en la presencia de Dios (The Review and Herald, 30 de julio de 1895 [1MS 172]). 

Ahora os pedimos que miréis vuestro corazón. Todos los que están determinados a deshacerse de toda tentación del enemigo y a procurar el cielo, manifiéstenlo poniéndose de pie. [Casi todos los presentes respondieron.] 

Anhelamos que cada uno de vosotros sea salvo. Deseamos que para vosotros las puertas de la ciudad de Dios giren, abriéndose sobre sus relucientes goznes, y que vosotros, junto con todas las naciones que han guardado la verdad, podáis entrar. Allí tributaremos alabanza, gratitud y gloria a Cristo y al Padre para siempre, por todos los siglos. Que Dios nos ayude a ser fieles en su servicio durante el conflicto, a vencer finalmente, y a ganar la corona de vida eterna. 

[Oración] Mi Padre celestial: vengo ante ti en esta hora, tal como soy, pobre, necesitada, y dependiendo de ti. Te ruego que me des a mí y des a este pueblo la gracia de perfeccionar el carácter cristiano, etcétera (The Review and Herald, 16 de julio de 1908). 

Pregunto: ¿Quién hará ahora un decidido esfuerzo para obtener la educación superior? Los que desean hacerlo, les ruego que lo manifiesten poniéndose de pie. [La congregación se puso en pie.] Aquí está toda la congregación. Que Dios os ayude a cumplir vuestro compromiso. Oremos. 

[Oración] Padre celestial: vengo a ti en esta hora, tal como soy, pobre, débil, indigna; y te ruego que impresiones los corazones de estos hermanos reunidos aquí hoy. Les he hablado tus palabras, pero, oh Señor, tú eres el único que puede hacer eficaz la palabra, etcétera (The Review and Herald, 8 de abril de 1909. Sermón predicado en Oakland, California, el 8 de febrero de 1909). 

Que el Señor os ayude a emprender esta obra como nunca lo habéis hecho. ¿Lo haréis? Queréis poneros de pie y testificar que haréis de Dios vuestra confianza y vuestro ayudador? [La congregación se levanta.] 

[Oración] Te agradezco, Señor Dios de Israel. Acepta este pacto de tu pueblo. Pon tu Espíritu en tus hijos. Que tu gloria resplandezca en ellos. Mientras hablan la palabra de verdad, haz que veamos la salvación de Dios. Amén. (General Conference Bulletin, 18 de mayo de 1909).


Mensajes Selectos, tomo III, cap 30

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